Debo confesar, escribo un poco enojado triste
Volví de Bélgica con la cabeza llena de ideas, métodos y ejemplos de jugadores comprometidos, exigentes, que respiraban hockey las veinticuatro horas. Volví con ganas de compartir, de contagiar una forma de trabajar, de entrenar y de vivir el deporte. Pero apenas puse un pie en la cancha de acá, me encontré con una sensación que no esperaba: apatía. Una tibieza que se disfraza de “tranquilidad”, pero que en el fondo es indiferencia.
Hay algo que cambió —y no para bien— en las nuevas generaciones. No hablo de talento, porque talento hay. Hablo de energía, de hambre, de compromiso. Esa fibra interior que antes te hacía quedarte después del entrenamiento para tirar un par de córners más, o para ayudar a un compañero con la recepción. Esa incomodidad con lo mediocre, con lo flojo. Esa incomodidad hoy parece no existir.
Veo jóvenes que llegan tarde al entrenamiento como si nada. Que faltan sin avisar. Que se van antes. Que entrenan “cuando tienen ganas”. Y lo peor: sin culpa. Como si el equipo, el compañero o el entrenador fueran figuras decorativas, no parte de algo colectivo.
Ya no hay vergüenza en fallarle al grupo.
No hay pudor en la irresponsabilidad.
Y eso, honestamente, duele.
No porque uno espere soldados, sino porque el hockey —como cualquier deporte de equipo— se sostiene en el compromiso con el otro. Y ese compromiso parece haberse vuelto opcional.
Los entrenadores estamos maniatados. Queremos exigir, pero al mismo tiempo sabemos que si apretamos un poco, algunos se bajan. Si los enfrentás, se van a otro club. Si los desafiás, te dicen que los “estresás”. Y así, el hockey se nos está llenando de jugadores de cristal: frágiles, cómodos, intocables.
Y no lo digo con bronca, sino con tristeza. Porque sé que detrás de esa apatía hay algo más profundo: una generación que no tolera la frustración. Que necesita gratificación inmediata. Que quiere resultados sin proceso. Que prefiere la selfie del triunfo al silencio del trabajo invisible.
Una generación criada en la inmediatez, donde todo se consigue rápido y sin costo.
Hablás con ellos, los llamás aparte, les mostrás el porqué de las cosas. Hacés charlas grupales, buscás tocarles el orgullo, la pertenencia, el fuego interno. Pero muchas veces… nada. No se conmueven. No reacciona nada adentro.
Y ahí me pregunto: ¿qué ha pasado con nuestros jóvenes competitivos?
¿Dónde quedaron los que odiaban perder, pero amaban entrenar para ganar?
¿Dónde quedaron los que se enojaban con ellos mismos por fallar un pase, los que te pedían “una más, profe”?
A veces siento que el gran problema no es que los jóvenes hayan cambiado, sino que nosotros —los entrenadores— los hemos dejado cambiar sin resistencia. Nos hemos vuelto permisivos. Hemos bajado el estándar. Hemos aceptado el “es lo que hay” como si fuera una verdad inevitable.
Y cuando un grupo de adultos resigna su exigencia, los jóvenes pierden la referencia.
Pero no todo está perdido. Todavía hay algunos —pocos, pero hay— que siguen mirando el hockey con hambre. Que te preguntan, que se quedan, que se frustran, que te discuten, que quieren más. Esos pocos te devuelven la esperanza. Te recuerdan por qué hacés lo que hacés.
El problema es que ya no son la mayoría. Y como me dijo Nicolas Gaidó ayer hay un grupo que merece tu energía.
Y tal vez tengamos que repensar todo: cómo comunicamos, cómo entrenamos, cómo enseñamos el valor del esfuerzo. Tal vez haya que volver a poner el foco en lo esencial: formar personas comprometidas antes que jugadores habilidosos.
Porque la técnica se entrena, pero la actitud se educa.
Y si no recuperamos la cultura del esfuerzo, del compromiso y del respeto por el otro, no habrá sistema, ni método, ni Bélgica que nos salve.
Por eso, quizás este texto no sea una crítica, sino un pedido. Un pedido para que despertemos, todos.
Porque si seguimos naturalizando la apatía, algún día nos vamos a dar cuenta —demasiado tarde— de que ya no quedan jóvenes competitivos, sino jugadores cómodos.
Y un hockey cómodo es un hockey condenado.
por GABRIEL HERRERA
Hockey en Contexto




