Categories
Uncategorized

LA APATÍA DE LOS NUEVOS JOVENES

Debo confesar, escribo un poco enojado triste

Volví de Bélgica con la cabeza llena de ideas, métodos y ejemplos de jugadores comprometidos, exigentes, que respiraban hockey las veinticuatro horas. Volví con ganas de compartir, de contagiar una forma de trabajar, de entrenar y de vivir el deporte. Pero apenas puse un pie en la cancha de acá, me encontré con una sensación que no esperaba: apatía. Una tibieza que se disfraza de “tranquilidad”, pero que en el fondo es indiferencia.

Hay algo que cambió —y no para bien— en las nuevas generaciones. No hablo de talento, porque talento hay. Hablo de energía, de hambre, de compromiso. Esa fibra interior que antes te hacía quedarte después del entrenamiento para tirar un par de córners más, o para ayudar a un compañero con la recepción. Esa incomodidad con lo mediocre, con lo flojo. Esa incomodidad hoy parece no existir.

Veo jóvenes que llegan tarde al entrenamiento como si nada. Que faltan sin avisar. Que se van antes. Que entrenan “cuando tienen ganas”. Y lo peor: sin culpa. Como si el equipo, el compañero o el entrenador fueran figuras decorativas, no parte de algo colectivo.
Ya no hay vergüenza en fallarle al grupo.
No hay pudor en la irresponsabilidad.
Y eso, honestamente, duele.

No porque uno espere soldados, sino porque el hockey —como cualquier deporte de equipo— se sostiene en el compromiso con el otro. Y ese compromiso parece haberse vuelto opcional.

Los entrenadores estamos maniatados. Queremos exigir, pero al mismo tiempo sabemos que si apretamos un poco, algunos se bajan. Si los enfrentás, se van a otro club. Si los desafiás, te dicen que los “estresás”. Y así, el hockey se nos está llenando de jugadores de cristal: frágiles, cómodos, intocables.

Y no lo digo con bronca, sino con tristeza. Porque sé que detrás de esa apatía hay algo más profundo: una generación que no tolera la frustración. Que necesita gratificación inmediata. Que quiere resultados sin proceso. Que prefiere la selfie del triunfo al silencio del trabajo invisible.
Una generación criada en la inmediatez, donde todo se consigue rápido y sin costo.

Hablás con ellos, los llamás aparte, les mostrás el porqué de las cosas. Hacés charlas grupales, buscás tocarles el orgullo, la pertenencia, el fuego interno. Pero muchas veces… nada. No se conmueven. No reacciona nada adentro.
Y ahí me pregunto: ¿qué ha pasado con nuestros jóvenes competitivos?
¿Dónde quedaron los que odiaban perder, pero amaban entrenar para ganar?
¿Dónde quedaron los que se enojaban con ellos mismos por fallar un pase, los que te pedían “una más, profe”?

A veces siento que el gran problema no es que los jóvenes hayan cambiado, sino que nosotros —los entrenadores— los hemos dejado cambiar sin resistencia. Nos hemos vuelto permisivos. Hemos bajado el estándar. Hemos aceptado el “es lo que hay” como si fuera una verdad inevitable.
Y cuando un grupo de adultos resigna su exigencia, los jóvenes pierden la referencia.

Pero no todo está perdido. Todavía hay algunos —pocos, pero hay— que siguen mirando el hockey con hambre. Que te preguntan, que se quedan, que se frustran, que te discuten, que quieren más. Esos pocos te devuelven la esperanza. Te recuerdan por qué hacés lo que hacés.
El problema es que ya no son la mayoría. Y como me dijo Nicolas Gaidó ayer hay un grupo que merece tu energía.

Y tal vez tengamos que repensar todo: cómo comunicamos, cómo entrenamos, cómo enseñamos el valor del esfuerzo. Tal vez haya que volver a poner el foco en lo esencial: formar personas comprometidas antes que jugadores habilidosos.
Porque la técnica se entrena, pero la actitud se educa.
Y si no recuperamos la cultura del esfuerzo, del compromiso y del respeto por el otro, no habrá sistema, ni método, ni Bélgica que nos salve.

Por eso, quizás este texto no sea una crítica, sino un pedido. Un pedido para que despertemos, todos.
Porque si seguimos naturalizando la apatía, algún día nos vamos a dar cuenta —demasiado tarde— de que ya no quedan jóvenes competitivos, sino jugadores cómodos.
Y un hockey cómodo es un hockey condenado.

por GABRIEL HERRERA
Hockey en Contexto

Compartí

Categories
Uncategorized

EL DESTORNILLADOR EQUIVOCADO

EL RIESGO DE JUGAR A LOS GESTOS TÉCNICOS

Mirando algunos partidos del torneo sub14, me quedé pensando en algo que ya me había hecho ruido tiempo atrás en Bélgica, cuando hablábamos del famoso “paro y paso” o del “two touches hockey”. En ambos casos, la intención era clara: simplificar, acelerar, ordenar. Pero lo que me alarmó fue otra cosa: la tendencia a imponer la herramienta sin mirar el contexto. Veía chicos que aplicaban un gesto porque “había que hacerlo así”, aunque el momento no lo pedía. Y ahí apareció la reflexión: ¿de qué sirve tener la herramienta correcta si la usamos en el instante equivocado?

En el hockey, como en la vida, no alcanza con tener la herramienta correcta. También hace falta saber cuándo usarla. Un destornillador de plano sirve… siempre que el tornillo sea de plano. Si no, se convierte en un objeto inútil, aunque sea el mejor del mercado.

En los entrenamientos pasa lo mismo. No se trata solo de enseñar gestos técnicos, sino de ayudar al jugador a reconocer en qué momento ese gesto tiene sentido. La clave no está en coleccionar recursos, sino en aprender a aplicarlos en el momento adecuado.


Acompañar el gesto, no idolatrarlo

Tendemos a idolatrar ciertos gestos técnicos: el correr con pelota, el flick, la barrida. Los celebramos como si fueran una medalla en sí mismos, cuando en realidad son solo medios. Un 1v1 mal elegido, en el lugar y momento equivocados, es tan ineficaz como un pase torpe. La diferencia no está en la belleza del gesto, sino en su INTENCIÓN.

Por eso, más que obsesionarnos con la perfección mecánica, debemos acompañar al jugador en el proceso de decidir. La pregunta clave no es “¿ejecutó bien el gesto?”, sino “¿eligió bien hacerlo ahí?”. Esa diferencia cambia por completo la manera en que pensamos la enseñanza.

Siempre la respuesta debe ser depende, depende del contexto


La toma de decisiones como núcleo del aprendizaje

El jugador no decide en el vacío: está presionado, tiene poco tiempo y debe interpretar lo que ocurre a su alrededor. Esa combinación de factores es lo que define si un gesto técnico es adecuado o no. Nuestro trabajo como entrenadores es diseñar situaciones que reproduzcan esa complejidad y guiar al jugador para que entienda qué opciones tiene y cuál puede ser las soluciones.

En ese sentido, el gesto técnico no es el fin, sino el medio. Lo que de verdad buscamos es que el jugador construya un criterio. Que entienda que un pase corto puede ser más valioso que un flick largo, que un control y escape bajo presión puede ser más eficiente que un dribbling.


El video y las charlas: tiempo para pensar

Durante el entrenamiento y partidos, el jugador rara vez tiene el tiempo suficiente para detenerse y reflexionar. Todo ocurre demasiado rápido. Por eso el video, el pausar los entrenamientos (sin que pierda dinamica), las charlas técnicas, y el trabajar por principios (Michel Kinnen educador de la FIH) son tan importantes.

Ofrecer el momento necesario para analizar lo que pasó y lo que podría haber pasado.

Ahí es donde el aprendizaje se vuelve más profundo. El jugador se ve a sí mismo, escucha otras miradas, reconoce principios y empieza a construir conexiones. Esa reflexión complementa la práctica y le da sentido a los gestos que tantas veces repetimos de manera automática.


El proceso, más que la foto

Podemos tener un jugador que ejecuta gestos impecables, pero que no sabe cuándo usarlos. Eso es como tener un electricista que solo lleva un martillo: hace ruido, pero no arregla nada. En cambio, cuando un jugador comprende para qué existe cada gesto, cuándo aplicarlo y por qué elegirlo, empieza a transformarse en alguien que piensa el juego, no solo lo ejecuta.

Ese proceso lleva tiempo y requiere paciencia. Es mucho más fácil aplaudir un gesto vistoso que detenerse a explicar por qué, en realidad, no era la mejor opción. Pero es ahí donde se construye un jugador que decide, no uno que simplemente repite.


Entonces, ¿qué hacemos con el destornillador?

No se trata de tirar la herramienta ni de prohibir gestos técnicos. Se trata de darles sentido. Enseñar al jugador que cada recurso es valioso en determinados contextos y que el verdadero desafío está en reconocer cuándo conviene usarlo.

Porque el hockey no se gana con la caja de herramientas más completa, sino con la capacidad de elegir la adecuada en el momento justo. Y esa elección no la podemos imponer desde afuera: tenemos que guiar al jugador para que la construya desde adentro.

De eso se trata entrenar: NO ENAMORARSE DEL GESTO TÉCNICO.


por GABRIEL HERRERA
Hockey en contexto

Compartí

Categories
Formacion

APRENDAMOS COMO APRENDEMOS A HABLAR

EL METODO NATURAL

Quiero agradecer a The Hockey Site por la oportunidad de compartir mis ideas con una comunidad global de entrenadores. El artículo ya fue publicado en su plataforma y pueden leerlo completo aquí: Learning to play hockey is a lot like learning how to talk (Versión en Ingles)

Debajo la versión en Español

El método natural es una forma de aprender una lengua que parte de la exposición, la escucha, la interacción y el contexto. Antes de hablar, se entiende. Antes de entender las reglas, se juega. Así, el lenguaje nace de la necesidad, no de la imposición.

Aprender a jugar al hockey no es tan diferente de aprender a hablar. Suena raro al principio, pero si uno se detiene a pensarlo, hay una conexión profunda entre esos dos procesos. Ambos se construyen desde la experiencia, desde la repetición con sentido, desde el error y la corrección progresiva, desde la necesidad de expresarse y de pertenecer.

Cuando un niño aprende a hablar, nadie le entrega un manual de gramática ni lo sienta frente a un pizarrón a estudiar las reglas del idioma. Lo primero que hace es escuchar. Escucha a los adultos hablar entre sí, escucha historias, canciones, tonos de voz. Recibe lenguaje antes de producirlo. Y cuando finalmente empieza a hablar, lo hace con errores, con frases incompletas, con palabras inventadas. Pero eso no impide que todos celebremos sus primeras palabras, que las repitamos con ternura, que lo alentemos a seguir.

Con el hockey —y con cualquier otro deporte— debería pasar algo similar. El jugador, sobre todo en sus primeras etapas, necesita primero escuchar el idioma del juego. Y no me refiero solamente a las palabras de un entrenador. Me refiero al “idioma del hockey”: la velocidad, la intención, el ritmo, la toma de decisiones, el juego en sí mismo. Necesita estar en contacto con él, observarlo, probarlo, equivocarse, volver a probar. Necesita explorar antes de que alguien venga a explicarle todo. Necesita vivir el hockey, no solo recibirlo.

Ahí es donde entra lo que llamamos el método natural: una forma de aprender que respeta los tiempos del jugador, que no antepone la técnica a la comprensión, que cree en la exposición, en la interacción y en el error como partes vitales del proceso. Un enfoque que no subestima al jugador por no saber, sino que lo invita a descubrir por sí mismo. A construir su juego.

Este método se aleja de los moldes rígidos que muchas veces proponemos los entrenadores. Nos obliga a repensar nuestros roles. A dejar de ser los que “dan respuestas” y empezar a ser los que “hacen preguntas”. A diseñar ambientes ricos, desafiantes, con múltiples opciones, donde el jugador pueda elegir, decidir, fallar, acertar, y así, aprender.

Así como un niño no aprende a hablar porque lo corrigen todo el tiempo, un jugador no aprende a jugar porque le paramos la práctica cada diez segundos para señalarle lo que hizo mal. La corrección tiene su lugar, claro. Pero no puede aparecer antes que la experiencia. Porque antes de hablar bien, hay que hablar. Antes de jugar bien, hay que jugar. Y mucho.

Uno de los grandes pilares del método natural es la comprensión antes que la producción perfecta. En el lenguaje, un niño primero entiende muchas más palabras de las que puede decir. Su cerebro va almacenando información, intenciones, gestos. Con el tiempo, eso empieza a salir en forma de frases. En el hockey, algo similar sucede: un jugador muchas veces entiende qué tiene que hacer antes de poder hacerlo bien. Y eso está bien. Hay que respetar ese momento, ese “puente” entre el saber y el poder.

Otro aspecto clave es el valor del contexto. Las personas no aprendemos vocabulario suelto, sin sentido. Aprendemos palabras dentro de situaciones que tienen significado para nosotros. Nadie recuerda listas de palabras si no las puede usar. En el hockey es igual: las técnicas aisladas, los movimientos repetidos sin conexión con el juego, tienen poco impacto si el jugador no entiende para qué le sirven. El pase, el control, la recepción, la conducción: todo eso cobra vida cuando se utiliza en un contexto que lo vuelve necesario. No antes.

Y ahí entra otro punto fundamental: la diversidad de estímulos. Un niño que solo escucha una voz, una forma de hablar, un solo contexto lingüístico, limita su comprensión del idioma. Lo mismo ocurre con los jugadores: si solo enfrentan un tipo de ejercicio, una manera de jugar, una única posición o estructura, se vuelven especialistas de una sola cosa, pero les cuesta adaptarse a lo nuevo. Y el juego, como la vida, está lleno de sorpresas. El método natural propone abrir el campo de experiencias: jugar con diferentes roles, enfrentar problemas variados, vivir múltiples escenarios. No para ser buenos en todo, sino para estar listos para lo que venga.

Además, el método natural entiende que el error es parte fundamental del camino. No como algo a evitar, sino como un indicador de que se está aprendiendo algo nuevo. El error es síntoma de exploración. Y cuando lo castigamos o lo marcamos todo el tiempo, lo que hacemos es limitar esa búsqueda. Por eso es tan importante crear entornos donde el error no sea sinónimo de fracaso, sino de oportunidad. Donde se valore más la intención que el resultado. Donde se premie al que intenta, aunque falle.

Y por supuesto, no podemos olvidar que el aprendizaje mejora cuando hay disfrute. Un niño aprende más rápido un idioma cuando está jugando, cantando, riendo. Cuando se siente seguro. Con el hockey pasa lo mismo. No hay progreso real sin placer. Sin alegría. Sin una conexión emocional con lo que se está haciendo. Si el jugador se siente observado, juzgado o forzado, se cierra. Si se siente libre, valorado y parte del proceso, se abre. Y en esa apertura, crece.

Tal vez lo más difícil para nosotros, como entrenadores, es soltar el control. Confiar en que si el entorno es rico, si los desafíos son adecuados, si el jugador tiene espacio para expresarse, el aprendizaje aparecerá solo. No porque nosotros lo impongamos, sino porque él lo descubrirá. Y eso, al final del día, es mucho más valioso.

El método natural no es una fórmula mágica. No es fácil de aplicar. Requiere paciencia, observación, empatía y una gran dosis de humildad. Pero es, sin duda, una forma de acompañar a los jugadores desde un lugar más humano, más respetuoso y más profundo.

Porque el hockey, igual que el lenguaje, es una forma de expresión. Una manera de decir quiénes somos, cómo pensamos, qué sentimos. Y cuando entendemos eso, ya no enseñamos técnicas. Enseñamos a hablar el idioma del hockey.

Y para eso, hay que ser valiente.

por GABRIEL HERRERA
Hockey en contexto

Compartí

Categories
Club

UN DÍA SE ACABARÁ EL AMOR

¿Tu club tiene una estructura… o solo amor?

Muchos clubes de hockey sobreviven gracias al amor. Amor por los colores, por el barrio, por los recuerdos, por los hijos que crecieron dentro de una cancha. Ese amor mueve montañas. Padres que hacen rifas, entrenadores que arman las planillas y pintan la cancha, dirigentes que están siempre, desde hace años. El amor mantiene vivo al club.
Pero vamos al punto: ¿alcanza con eso?

Porque una cosa es amar al club, y otra es gestionarlo bien.

Tener estructura no es un lujo. Es una necesidad. No estamos hablando de tener secretarías, oficinas ni cámaras de seguridad. Hablamos de tener orden, roles definidos, planificación, y seguimiento real. ¿O vamos a seguir creyendo que alcanza con “darle para adelante”?

Cuando un club se maneja solo con amor, todo depende de unos pocos héroes silenciosos. Y eso, más tarde o más temprano, explota. Se improvisa, se repite trabajo, se comunica mal y tarde, se entrena cuando se puede y se juega sin un plan detrás.
Y mientras tanto, los jugadores —que deberían ser el centro— tienen que adaptarse a lo que haya.

Y ojo, acá hay un tema delicado: los entrenadores que lo hacen por amor. Esos que ponen horas, energía y hasta plata de su bolsillo. Que lo hacen porque sienten que el club es parte de su vida. Pero un día no van a estar. Porque la vida cambia, porque se cansan, porque necesitan vivir de lo que saben hacer. Y ahí aparece la realidad: habrá que salir a buscar afuera, y el que venga ya no lo hará por amor, lo hará por un sueldo. Si no construimos estructura desde antes, el salto será durísimo.

Organizar un club no significa apagar la pasión, sino encauzarla. No significa burocracia, sino dirección. El amor sin rumbo puede generar momentos lindos, pero no construye procesos sostenibles. Y cuando hay desgaste, cuando las manos empiezan a faltar, todo se tambalea. Porque el amor también se agota.

Ahí es donde entra en juego la conducción deportiva. Alguien que no está para apagar incendios, sino para prevenirlos. Que no vive corriendo atrás de los problemas, sino que los anticipa. Alguien que arma, ordena, impulsa, acompaña. Que hace que cada parte se conecte con el todo. Que no hace todo, pero hace que todo funcione.

Sin esa conducción, el club depende de que todo salga bien de casualidad.

Entonces, preguntémonos sin miedo:

  • ¿Tenemos un plan claro de trabajo para este año o seguimos inventando sobre la marcha?
  • ¿Tenemos objetivos de crecimiento o solo cruzamos los dedos para que vengan más chicos?
  • ¿Acompañamos a los entrenadores o cada uno hace lo que puede?
  • ¿Cómo sabemos si estamos mejorando… si nunca medimos nada?
  • ¿Cómo nos organizamos para que el club funcione cuando alguno de “los de siempre” se vaya?

Si todo eso se sostiene solo con amor, estás en una zona peligrosa. Y lo sabés.

Porque el hockey no necesita más gente cansada. Necesita clubes que construyan, planifiquen y se tomen en serio lo que hacen. El amor es la base, sí. Pero si no lo transformamos en estructura, en decisiones, en gestión real… no estamos cuidando lo que decimos amar..

por GABRIEL HERRERA
Hockey en contexto

Compartí

Categories
Entrenador Formacion

LA GENERACIÓN DE CRISTAL

No son de cristal, son de ahora

Durante mucho tiempo, escuchamos frases como si fueran verdades absolutas: “los chicos de antes sí que se comprometían”, “ahora no aguantan nada”, “les falta hambre de gloria”, “no tienen respeto por la autoridad”, “la culpa es de TikTok”. Frases dichas en charlas entre entrenadores, en pasillos de clubes, en reuniones de padres. Frases que suenan firmes, pero que esconden cierta impotencia.

Pero… ¿y si no fuera que están rotos, sino que son distintos? ¿Y si no es que les falta algo, sino que traen otras formas de ser, otras búsquedas? ¿Y si el problema no son ellos… sino nuestra falta de mirada actualizada?

Porque no, no son de cristal. Son de ahora.

Entrenamos personas, no estereotipos

El primer error que cometemos —y que nos aleja— es generalizar. Pensamos que todos son iguales, que “a esta generación no le interesa nada”. Aqui puedes leer algo sobre conocer mas a los jugadores en el post anterior: ¿Y SI LES PREGUNTAMOS QUE PIENSAN?. Pero los jugadores no vienen moldeados en serie. Cada uno llega con su historia, con su mochila, con sus deseos y sus miedos. Algunos son más reservados, otros más efusivos. Algunos viven para competir, otros buscan un espacio donde pertenecer. Algunos tienen apoyo en casa, otros sobreviven en el caos.

¿Sabemos realmente quiénes son? ¿Nos tomamos el tiempo de conocer qué los moviliza, qué los frustra, qué los emociona? ¿O seguimos hablándoles como si fueran la misma versión adolescente de hace veinte años?

Dejar de buscar culpables

Es muy tentador señalar hacia afuera. “Los padres ahora los malcrían”. “Los chicos están todo el día con el celular”. “Antes respetaban más”. Es tentador y facil… pero inútil. Porque aunque todo eso tenga algo de cierto, no nos sirve para mejorar.

La realidad es que estos son los jugadores que tenemos. Más aún: estos son los jugadores que elegimos entrenar. Y culpar a su contexto, a sus hábitos, a su crianza, es una forma de sacarnos responsabilidad.

No estamos para cambiarlos a ellos, sino para acompañarlos en su desarrollo. Con sus herramientas, en su época, en su realidad.

Adaptarse no es resignarse

Ser flexibles no es rendirse. Es entender que el mundo cambió y que entrenar hoy no puede ser igual que hace dos décadas. No porque “haya que bancarse todo”, sino porque es inteligente, es estratégico, es necesario.

Adaptarse no significa dejar de exigir. Significa encontrar el modo de que el mensaje llegue, de que la exigencia tenga sentido, de que el esfuerzo valga la pena para ellos.

No se trata de bajar la vara, sino de construir el puente para que puedan alcanzarla.

El liderazgo ya no se impone, se construye

Antes bastaba con un grito. Con una orden firme. Con una mirada severa. Hoy, eso no alcanza. No porque “se hayan vuelto blandos”, sino porque las formas de autoridad han cambiado.

Hoy se lidera desde el vínculo. Desde la coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos. Desde la claridad de nuestros objetivos. Desde la honestidad emocional. Desde la escucha activa.

La autoridad real ya no se impone, se gana. Y eso no nos debilita como entrenadores. Al contrario: nos vuelve más sólidos. Porque el respeto que se construye vale mucho más que el que se teme.

¿Cómo los enganchamos?

No hace falta hacer un show cada entrenamiento. Ni disfrazarnos de influencers. Ni prometer cosas que no vamos a cumplir. Lo que hace falta es darles UN sentido.

Que entiendan para qué entrenan lo que entrenan. Que sientan que el espacio les pertenece. Que tengan desafíos reales, alcanzables pero exigentes. Que el equipo sea también un refugio. Que haya lugar para crecer, para equivocarse, para aprender.

La motivación no se impone, se provoca. Y el mayor motivador sigue siendo el sentido: ¿para qué hacemos lo que hacemos?

El entrenador que el presente necesita

Actualizarse no es solo cambiar los ejercicios. Es también mirar distinto. Escuchar distinto. Probar otras formas. Aprender a conectar sin perder autoridad. A enseñar sin herir. A marcar límites sin humillar.

Hoy más que nunca necesitamos entrenadores conscientes, responsables, empáticos. Entrenadores que se animen a dejar de repetir frases viejas y a buscar caminos nuevos. Entrenadores que, lejos de la nostalgia por lo que fue, se entusiasmen por lo que puede ser.

Entonces…

La próxima vez que escuches “son de cristal”, pensá dos veces.
Tal vez lo que hay que cambiar no son ellos, sino cómo los miramos.
Tal vez lo que necesitan no es menos exigencia, sino más sentido.
Tal vez el verdadero desafío no es que se adapten ellos, sino que nos actualicemos nosotros.

Porque al final del día, seguimos diciendo que entrenamos para formar personas. ¿Y si empezamos por formar mejores vínculos? ¿Y si dejamos de quejarnos y asumimos el rol de liderar con compromiso, con empatía, con inteligencia emocional?

Te dejo una pregunta para cerrar:

¿Qué estás haciendo hoy para que tus jugadores quieran quedarse y volver?

por GABRIEL HERRERA
Hockey en contexto

Compartí

Categories
Entrenador Formacion

HOCKEY DESDE DIFERENTES PERSPECTIVAS

Como podemos nutrirnos de los otros

En un mundo ideal, el deporte NO tiene fronteras. Y aunque cada disciplina tiene sus reglas, su lenguaje propio y sus tradiciones, todas comparten una esencia: el movimiento, la estrategia, la toma de decisiones en tiempo real y la pasión por el juego. Desde “Hockey en Contexto”, queremos abrir una puerta, o mejor dicho, muchas puertas. Queremos invitar a entrenadores de otros deportes a que nos ayuden a entender y enriquecer el hockey desde ángulos inesperados.

Imaginemos por un momento que, para mejorar las rotaciones dentro del círculo rival, traemos a un entrenador de básquet. Nadie entiende mejor los bloqueos, los cortes y las rotaciones en espacios reducidos que quienes han trabajado una vida en el pick and roll, nuestro give and go. ¿Y si, en lugar de repetir mecánicamente un movimiento, practicamos cómo crear superioridades dinámicas en la zona, tal como lo haría un equipo de básquet en los últimos segundos del cuarto?

Ahora vayamos más allá. Pensemos en cómo defendemos nuestro círculo. Aquí entra en juego el handball. ¿Quién sabe más sobre cómo cubrir una zona, cerrar líneas de pase cortas y largas, y moverse con sincronía sin perder agresividad? Un buen entrenador de handball puede enseñarnos a anticipar y a colaborar defensivamente en un espacio donde cada segundo cuenta y cada centímetro puede significar un gol en contra o un despeje salvador.

Y si hablamos de duelos individuales, cubrirnos los pies mientras somos dominantes, nuestro juego de pies… pensemos en un entrenador de boxeo. Sus enseñanzas pueden transformar nuestras sesiones de defensa dentro del círculo y las aproximaciones: control de distancia, lectura corporal, footwork y sobre todo, mantener la calma bajo presión.

¿Y cómo no mirar hacia el rugby cuando entrenamos los ataques a los espacios o el uso del guard (guardaespaldas o descargas)? En el rugby, el pase hacia atrás es una regla, pero también una herramienta de progreso, atraer para liberar. Un entrenador de rugby puede ayudarnos a incorporar nuevos ángulos de pase, a correr sin la pelota sabiendo que la jugada vive más allá del portador. Puede enseñarnos a sostener el cuerpo, a usar el contacto con inteligencia y a crear estructuras colectivas para romper defensas cerradas.

Al invitar otras miradas, no estamos diciendo que el hockey no es suficiente. Al contrario: estamos reconociendo que el hockey es tan grande que puede nutrirse de todo lo que lo rodea. Abramos las puertas a otras voces. Aprendamos. Mezclemos. Probemos. Y dejemos que el juego, ese juego que amamos, crezca más allá de sus límites tradicionales.

por GABRIEL HERRERA
Hockey en contexto

Compartí

Categories
Entrenador

¿Y SI LES PREGUNTÁS QUÉ PIENSAN?

Escuchar, a veces, es mas poderoso que entrenar

A veces creemos que entrenar es únicamente enseñar. Mostrar, corregir, repetir. Y sí, claro que eso es parte. Pero hay otra parte que muchas veces dejamos de lado: escuchar. Porque escuchar también es entrenar.

En la vorágine de una temporada, entre los partidos del fin de semana, las planillas, los ejercicios, los entrenamientos, se nos puede pasar algo esencial: ¿qué piensa el jugador o la jugadora sobre lo que está viviendo? ¿Cómo lo está sintiendo? ¿Qué está entendiendo del proceso?

Durante mi estadía en Bélgica, algo que me marcó profundamente fue la cantidad de espacios que se generaban para hablar con los jugadores. No solo en el vestuario o en la cancha, sino también en reuniones individuales a lo largo de la temporada, con el único objetivo de conocernos mejor. De acercarnos. De entendernos.

Y aunque en el profesionalismo es cierto que los jugadores vienen y se van —que a veces los vínculos son fugaces—, ese rato de conversación sincera servía para algo más profundo: generar confianza.

No hablo solo de revisar estadísticas o comentar el último partido. Hablo de mirar a los ojos a la persona que tenés enfrente y preguntarle:
“¿Cómo estás? ¿Qué te está pasando? ¿Qué pensás de cómo estamos jugando?”

Y escuchar sin interrumpir. Escuchar sin tener ya una respuesta preparada. Porque cuando entrenamos a personas (y no solo a deportistas), todo lo que viven importa. Su semana, sus miedos, sus ideas, su cansancio, su entusiasmo.

Promover la participación activa

Cada vez estoy más convencido de que involucrar a los jugadores en el proceso de aprendizaje no solo los hace crecer más, sino que también mejora al equipo. Preguntarles qué entienden del juego, qué sienten que necesitan practicar, cómo creen que se puede resolver una situación… no es ceder el control, es compartir la construcción.

Eso no significa que ellos decidan todo, ni que el entrenador pierda su rol. Significa que los tratamos como protagonistas activos, pensantes, con voz.

Porque si queremos que tomen mejores decisiones dentro de la cancha, tenemos que ofrecerles espacios donde también puedan tomar decisiones fuera de ella. Si queremos que se comuniquen más entre ellos, tenemos que aprender a comunicarnos mejor con ellos.

Entender el contexto de cada uno

No todos los jugadores llegan al entrenamiento en las mismas condiciones. Algunos vienen de rendir un examen, otros de trabajar todo el día, otros de una pelea en casa. Y también pasa al revés: algunos llegan con una energía increíble, con ideas nuevas, con muchas ganas de aportar.

El contexto influye. Y cuanto más lo entendamos, mejor vamos a poder conectar. Eso no se logra solo con planificaciones. Se logra haciendo preguntas, prestando atención, estando presentes.

¿Y si empezás mañana?

La próxima vez que planifiques una charla o un entrenamiento, pensá en esto:
¿Hay un momento para que ellos hablen? ¿Hay un espacio real donde puedan expresarse?

Probá con algo simple: después del partido, en vez de arrancar con tu análisis, preguntá primero qué vieron ellos. Qué sintieron. Qué harían distinto. Puede que te sorprendas con las respuestas. Puede que se enojen. Puede que agradezcan. Lo importante es abrir la puerta.

¿Y si les preguntás qué piensan?

Si este texto te resonó, compartilo con alguien que también crea que el hockey es mucho más que un deporte. Sumate a esta comunidad donde pensamos, reflexionamos y crecemos juntos: esto es Hockey en contexto.

por GABRIEL HERRERA
Hockey en contexto

Compartí

Categories
Habilidades

EL PASE ESTÁ SOBREVALORADO

¿El pase está sobrevalorado?

En el hockey moderno se repite como mantra: “pasá la bocha”, “tocá y andá”, “no te la quedes”, “a dos toques”, two touches hockey”. Y aunque el pase es, sin dudas, una herramienta clave del juego colectivo, ponerlo en un pedestal como si fuera el fin último del juego es, al menos, reduccionista. El pase es un medio, no un objetivo. Un medio para generar ventajas. Para llegar a algo más grande. Porque el hockey se trata, en esencia, de encontrar y explotar superioridades.

Entonces: no, el pase no está sobrevalorado como herramienta. Pero sí lo está cuando se lo utiliza sin entender su propósito. Este artículo no busca despreciarlo, sino reencuadrarlo. Poner el foco donde verdaderamente importa: en las distintas formas de superioridad que podemos generar dentro del juego.

La trampa del pase por el pase mismo

Muchos entrenadores —especialmente en formativas— alientan el pase rápido, el toque constante, el movimiento sin pausa. Pero el pase por sí solo no genera peligro. El pase que no está conectado con una intención, una lectura, una ventaja, es simplemente traslado de bocha. Y a veces, incluso, puede empeorar la situación: perder profundidad, alejarse del arco, entregar el control.

Por eso, vale la pena mirar más allá del gesto técnico para entender qué tipo de ventajas podemos generar en un partido. Y cómo el pase —cuando se usa bien— puede ser la llave para explotarlas.


1. Superioridades numéricas

Somos más

Esta es la más evidente y probablemente la más enseñada: cuando tenemos más jugadores en una zona determinada del campo que el rival. 3 vs 2, 4 vs 3, 2 vs 1. Las cuentas cierran. Hay más opciones de pase, más amenazas para el defensor, más posibilidades de generar peligro.

Pero lo importante acá no es tener más gente, sino crear esa superioridad a partir del movimiento, el posicionamiento y la lectura del juego. A veces, una rotación bien hecha, un relevo, o una conducción que atrae a un defensor, pueden generar una ventaja numérica momentánea que cambia completamente el ataque.

El pase es fundamental acá, claro. Pero no cualquier pase: el que encuentra al jugador libre, el que aprovecha el momento justo, el que rompe el balance rival.


2. Superioridades posicionales

Estamos mejor ubicados

No siempre se trata de ser más, sino de estar mejor ubicados. Un jugador perfilado correctamente, con campo abierto por delante, tiene una ventaja sobre su marca incluso en un 1 vs 1. Lo mismo un jugador entre líneas, o uno que logra recibir de espaldas con un compañero que pasa por delante.

Estas ventajas no se cuentan en números, pero se sienten en el juego. Un pase puede tener mucho más valor si va a alguien con una buena orientación corporal, con visión del juego, con tiempo para decidir.

En este contexto, el pase que habilita una mejor posición es superior al pase que simplemente conecta a un compañero. Y muchas veces, quedarse un segundo más con la bocha para encontrar esa mejor ubicación es más valioso que pasar rápido “porque sí”.


3. Superioridades socio-afectivas

Nos relacionamos mejor

Este tipo de superioridad es menos tangible, pero absolutamente real. Tiene que ver con cómo se entienden los jugadores entre sí: movimientos coordinados, gestos no verbales, pases sin mirar que llegan a destino, relevos naturales, rotaciones que fluyen.

No es magia. Es conexión. Es entrenamiento, tiempo compartido, confianza, diálogo. Equipos que se conocen bien logran jugar mejor incluso sin tener mejores recursos técnicos o tácticos.

En estos casos, el pase no es solo una acción técnica, sino un acto de comunicación y sincronía. Los jugadores “saben” dónde va a estar el otro, entienden cuándo soltar y cuándo esperar. Y ahí, el pase es una herramienta poderosa, sí, pero lo que realmente marca la diferencia es la relación entre quienes lo ejecutan.


4. Superioridades cualitativas

Somos mejores

A veces, la ventaja está en la técnica, la velocidad, la toma de decisiones o la creatividad individual. Un jugador que domina su cuerpo, sus gestos técnicos, y entiende el juego, puede generar ventajas sin necesidad de apoyo externo.

Aquí, la clave no está en pasar, sino en saber cuándo no pasar. En aprovechar un 1 vs 1 favorable, en usar un amague, en atraer rivales para luego soltar. Muchas veces, un jugador que insiste en pasar por obligación pierde su mejor recurso: su desequilibrio individual.

El hockey también necesita jugadores que rompan estructuras, que arriesguen, que generen ventajas individuales que luego se traducen en beneficios colectivos. Y para eso, necesitan libertad. Pasar por sistema, por miedo a equivocarse, es un freno para este tipo de superioridad.


El buen pase: el que genera superioridad

Volvamos entonces al pase. No para descartarlo, sino para revalorizarlo desde otro lugar.

Un pase que genera una superioridad (numérica, posicional, socio-afectiva o cualitativa) es un pase valioso. Un pase que no aporta nada, que simplemente traslada la bocha sin intención, es inocuo. Y si encima se hace por sistema, por miedo, por inercia… puede ser incluso contraproducente.

Por eso, el desafío como entrenadores no es enseñar a pasar más, sino a pasar mejor. A entender cuándo, por qué, a quién, desde dónde, con qué orientación, en qué contexto. Enseñar a leer el juego, a buscar ventajas, a reconocer las formas de superioridad que existen en cada jugada.


Para cerrar: que el título no te engañe

“El pase está sobrevalorado” no es un ataque al juego colectivo. Todo lo contrario. Es un llamado a mirar más allá de la técnica, a poner el foco en la toma de decisiones y en la creación de ventajas.

Es un empujón a entrenadores y jugadores para pensar el juego desde el sentido, no desde la repetición. A entender que pasar por pasar no es sinónimo de jugar bien. Que jugar bien, de verdad, implica entender el por qué de cada acción.

Y cuando ese por qué está claro, el pase vuelve a su lugar natural: no como objetivo, sino como herramienta para generar superioridades.

por GABRIEL HERRERA
Hockey en contexto

Compartí

Categories
Entrenador

NO ES CASUALIDAD QUE ESTÉS AHÍ

El síndrome del impostor

Hay momentos en los que te encontrás en una reunión rodeado de gente con muchos más pergaminos. Exjugadores de selección, entrenadores con medallas olímpicas, campeones del mundo, entrenadores de selecciones nacionales. Gente que admirás desde hace años y que, sin embargo, ahora están ahí, a tu lado. No como ídolos lejanos, sino como colegas.

En Bélgica me ha pasado más de una vez. Estar en una sala planificando la temporada con uno que me dio un curso en la FIH, otro que estuvo con su país en un Mundial, otro que participó en los Juegos Olímpicos. Y uno se pregunta —casi en silencio—: “¿qué hago yo acá?”. Ese pequeño susurro incómodo que te dice que quizás no estás a la altura. Que no sos suficiente. Que estás donde estás porque tuviste suerte.

Eso, dicen, es el síndrome del impostor.

He entrenado a jugadoras internacionales que fueron a París, a chicas que hoy están en la selección nacional, a muchos jugadores internacionales. También he trabajado codo a codo con el entrenador de una selección, con personas que han estado en la India Hockey League. Y a veces, cuando me toca hablar o tomar una decisión, esa vocecita vuelve: “¿y si no tenés razón?”, “¿quién sos para decir esto?”.

Pero hay algo que me ha marcado profundamente en estos años: cómo esas personas, con todas sus medallas, experiencia y trayectoria, te miran a los ojos y valoran tu palabra. Te escuchan. Te hacen preguntas. Confían en vos. Aunque a veces vos no creas en vos mismo, ellos sí creen en vos.

Y ahí entendés que el valor no siempre está en el currículum. Que hay una mirada propia, una sensibilidad, una forma de entender el juego, de leer a los jugadores y al equipo, que también vale. Que también suma.

Y ahí entendés que el valor no siempre está en el currículum

Claro que el síndrome del impostor no desaparece de un día para otro. Pero se vuelve más silencioso cuando te rodeas de personas que te reconocen, que te incluyen, que se nutren de lo que aportás. Y también cuando aprendés a mirarte distinto. A valorar tu recorrido, tus aprendizajes, tus errores, tus intuiciones.

Porque uno no llega por casualidad a los lugares que sueña. Llega con trabajo, con pasión, con horas y horas de cancha, con ganas de seguir creciendo.

Y ahora, de vuelta en Argentina, esa sensación se renueva desde otro lugar. ¿Qué puedo yo aportar? ¿La experiencia vivida afuera realmente me habrá nutrido lo suficiente como para sumar algo distinto acá? Me encuentro con colegas valiosos, con procesos sólidos, con gente comprometida con este deporte, y otra vez aparece esa voz bajita que me hace dudar.

Pero también entiendo que el camino recorrido tiene huellas. Que lo aprendido en otras canchas, en otros idiomas, con otras miradas, también puede iluminar. Que no se trata de saber más, sino de aportar desde lo vivido, de compartir con humildad y seguir construyendo desde el encuentro.

A todos los entrenadores que alguna vez sintieron que no estaban a la altura: no están solos. Y, probablemente, estén más preparados de lo que creen.

por GABRIEL HERRERA
Hockey en contexto

Porque uno no llega por casualidad a los lugares que sueña. Llega con trabajo, con pasión, con horas y horas de cancha, con ganas de seguir creciendo

Compartí