Hay momentos en los que te encontrás en una reunión rodeado de gente con muchos más pergaminos. Exjugadores de selección, entrenadores con medallas olímpicas, campeones del mundo, entrenadores de selecciones nacionales. Gente que admirás desde hace años y que, sin embargo, ahora están ahí, a tu lado. No como ídolos lejanos, sino como colegas.
En Bélgica me ha pasado más de una vez. Estar en una sala planificando la temporada con uno que me dio un curso en la FIH, otro que estuvo con su país en un Mundial, otro que participó en los Juegos Olímpicos. Y uno se pregunta —casi en silencio—: “¿qué hago yo acá?”. Ese pequeño susurro incómodo que te dice que quizás no estás a la altura. Que no sos suficiente. Que estás donde estás porque tuviste suerte.
Eso, dicen, es el síndrome del impostor.
He entrenado a jugadoras internacionales que fueron a París, a chicas que hoy están en la selección nacional, a muchos jugadores internacionales. También he trabajado codo a codo con el entrenador de una selección, con personas que han estado en la India Hockey League. Y a veces, cuando me toca hablar o tomar una decisión, esa vocecita vuelve: “¿y si no tenés razón?”, “¿quién sos para decir esto?”.
Pero hay algo que me ha marcado profundamente en estos años: cómo esas personas, con todas sus medallas, experiencia y trayectoria, te miran a los ojos y valoran tu palabra. Te escuchan. Te hacen preguntas. Confían en vos. Aunque a veces vos no creas en vos mismo, ellos sí creen en vos.
Y ahí entendés que el valor no siempre está en el currículum. Que hay una mirada propia, una sensibilidad, una forma de entender el juego, de leer a los jugadores y al equipo, que también vale. Que también suma.
Y ahí entendés que el valor no siempre está en el currículum
Claro que el síndrome del impostor no desaparece de un día para otro. Pero se vuelve más silencioso cuando te rodeas de personas que te reconocen, que te incluyen, que se nutren de lo que aportás. Y también cuando aprendés a mirarte distinto. A valorar tu recorrido, tus aprendizajes, tus errores, tus intuiciones.
Porque uno no llega por casualidad a los lugares que sueña. Llega con trabajo, con pasión, con horas y horas de cancha, con ganas de seguir creciendo.
Y ahora, de vuelta en Argentina, esa sensación se renueva desde otro lugar. ¿Qué puedo yo aportar? ¿La experiencia vivida afuera realmente me habrá nutrido lo suficiente como para sumar algo distinto acá? Me encuentro con colegas valiosos, con procesos sólidos, con gente comprometida con este deporte, y otra vez aparece esa voz bajita que me hace dudar.
Pero también entiendo que el camino recorrido tiene huellas. Que lo aprendido en otras canchas, en otros idiomas, con otras miradas, también puede iluminar. Que no se trata de saber más, sino de aportar desde lo vivido, de compartir con humildad y seguir construyendo desde el encuentro.
A todos los entrenadores que alguna vez sintieron que no estaban a la altura: no están solos. Y, probablemente, estén más preparados de lo que creen.
por GABRIEL HERRERA Hockey en contexto
Porque uno no llega por casualidad a los lugares que sueña. Llega con trabajo, con pasión, con horas y horas de cancha, con ganas de seguir creciendo